Mariam Hamade entró hace unos meses en una óptica de Leganés (Madrid) con el currículo bajo el brazo y el pañuelo envolviéndole la cabeza. Cuando el jefe la vio, le soltó:
-
Pero bueno, no pretenderás despachar con la capucha puesta, ¿no?El dueño del establecimiento miraba alternativamente la cara de Mariam y el currículo intachable y adecuado (pero sin foto) que la aspirante le había enviado días antes.
-Pues sí. Quiero trabajar con el pañuelo.
El dueño de la óptica:
-
Por eso no me parece mucho pedir que ahora que estoy aquí, pues vosotros os adaptéis a las de los españolesYo viví en Marruecos durante varios años. Y tuve que adaptarme a sus costumbres.-Ya. Me parece muy bien. Pero es que yo soy española. Musulmana, pero española. Nací en AlcorcónLa respuesta descolocó durante medio minuto al hombre, que luego se apresuró a informar a la aspirante de que el puesto ofrecido ya se encontraba cubierto. Era mentira. Los dos lo sabían. La chica dio media vuelta y se marchó con la resignación que da la práctica.
El padre de Mariam es sirio. Su madre, española. Tiene 23 años. Viste con ropas amplias. Y hace piruetas con la cara para evitar que los hombres la besen en la mejilla al saludarla: no le gusta. Prefiere que le den la mano e intenta que eso no le convierta en una marciana a los ojos de los demás. Siempre ha sido musulmana. Pero siempre se ha sentido tan española como el tipo que la insultó al verla entrar en su despacho. Mariam es diplomada en óptica y, a pesar de la demanda de estos profesionales en el sector, nunca imaginó que tardaría tanto en encontrar trabajo; en que tendría que soportar tantas humillaciones debido al pañuelo. Tampoco pensó en quitárselo para que todo fuera más fácil.
Se lo puso por primera vez, fuera de la mezquita, hace dos años. En verano, antes de irse de viaje a Austria. Se levantó en su casa, preparó la maleta y repasó los billetes. Se miró al espejo y se colocó el hiyab antes de salir hacia el aeropuerto de Barajas: fue un gesto simple, personal y privado. Casi íntimo; a la vez, un paso definitivo, meditado e irrevocable. Con el pañuelo salió de casa. Con él regresó un mes después. Ya nunca se lo ha quitado en presencia de hombres que no son de su familia. Jamás ha pisado la calle con el pelo al aire. Nadie se lo impuso, ni siquiera el Corán, según explica.
"El pañuelo es una manera de elegir la belleza interior. En un mundo en el que se recompensa sobre todo la imagen exterior, la desnudez, yo quiero que se me vea por lo que soy por dentro. El islam pide que a la mujer no se la valore por sus rasgos físicos y eso es lo que yo practico", sostiene, mientras frunce la cara en un gesto de desagrado por no haberse explicado bien, y añade: "
Pero no es eso sólo, no es sólo eso. Con el pañuelo me siento más libre. Es una manera de exteriorizar mis creencias morales, mi sistema moral interior, de hacer ver quién soy de verdad. Evidentemente, nadie me obliga. Ni mis padres, por supuesto, ni el Corán, que en ninguna parte dice que haya que martirizarse y ponérselo si no estás de acuerdo. Lo llevo porque quiero, como esa chica que decide plantarse un piercing o esa otra que se pone una minifalda. En mi caso, el contexto es religioso, pero pido que se respete lo mismo que se respeta el de ellas".Para ella el pañuelo simboliza, precisamente, lo contrario:
"La libertad de elegir". Y el rechazo que experimenta en la calle le parece un síntoma de que algo no funciona en la sociedad:
"No está preparada aún para admitir a los que no son como ellos". A veces, esta joven nacida en Alcorcón, con una buena parte de las mismas referencias culturales, televisivas y vitales que las demás chicas de su generación, que conserva sus amigos del instituto y de la universidad, habla de sí misma como si fuera una inmigrante que acaba de llegar a un país extranjero. Como de una chica que necesitara integrarse en el propio barrio en el que ha nacido.
Mariam añade que los casos se acrecientan cuando aparecen noticias de detenciones de terroristas musulmanes. La joven ya ha aprendido que hay determinados días en los que conviene andarse con cuidado. También, que cada etapa que vaya cumpliendo en la vida, como la de encontrar trabajo, le costará probablemente más que a otra joven de su edad, musulmana o no, que no lleve el pañuelo.
Además de la de Leganés, Mariam visitó más de 30 ópticas. En todas le dijeron lo mismo, de una manera o de otra, con palabras más amables o menos, con excusas más o menos disfrazadas: los clientes iban a sentirse extraños delante de una chica con pañuelo, la venta se iba a resentir...
Unos meses después de la entrevista de Leganés, Mariam acudió a otra óptica en Madrid, en un barrio acomodado, en la que necesitaban urgentemente a un operario. La joven fue como siempre, sin muchas esperanzas, casi resignada, pero sin ninguna intención de quitarse el pañuelo. La entrevistó la jefa, Pilar Bonilla:
"Al principio, cuando entró, y la vi con el velo y una gabardina marrón, pensé que no. Pero luego, cuando le oí, cuando vi el currículo, me di cuenta de que la chica valía, de que a mí me hacía falta urgentemente alguien para el turno de tarde y de que por qué no. Ha habido clientes que se han quejado, cuatro o cinco, que me dijeron que si ahora la óptica era multirracial y que habían decidido venir sólo por la mañana (cuando Mariam no está). Pero las ventas han subido en el turno de tarde y todos estamos encantados...".A veces hay clientes, sobre todo señoras mayores, que al ser atendidas por la chica de la bata blanca y el pañuelo blanco en la cabeza no pueden resistir la curiosidad y le preguntan:
-¿Y tú, hija, cómo es que hablas español tan bien?La joven les responde siempre:
"Yo se lo explico. Les digo que soy de Alcorcón y todo lo demás. Con el tiempo he aprendido si el comentario o la pregunta está hecha con respeto".Es un artículo de Antonio Jiménez Barca publicado en El País el 4 de Mayo de 2008.